Las sábanas de Copacabana se despertaron enganchadas a su cuerpo sudoroso. La noche había pesado con fuerza sobre ambos y los había convertido en único y maloliente ser.
El sol quemaba media mejilla de Copacabana con tanta insitencia que consiguió hacerlo levantar.
–Esa desgraciada tiene que salir siempre por la ventana y dejar la puta persiana abierta. Ya no me la follo más.
Las piernas de Copacabana renquearon hasta la cocina. Se lavó la cara sin apartar los platos sucios, salió de casa y se fue al mar.
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