Cuando examino atentamente mi primera infancia, me doy cuenta de que mi recuerdo de las palabras precede con mucho a mi recuerdo de la carne. Imagino que, en general, el cuerpo precede al lenguaje. En mi caso, lo primero en venir fueron las palabras; después -tardíamente, a todas luces con la máxima renuencia y ya revestida de conceptos- vino la carne. Estaba ya, huelga decirlo, tristemente malograda por las palabras.
Primero viene el pilar de madera, luego la termita que se alimenta de él. Pero en lo que a mí respecta, las termitas estaban allí desde el principio y el pilar de madera surgió más tarde, medio carcomido ya.
el sol y el acero, mishima
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