martes, 10 de febrero de 2009

pág. 53

"(...)hay un ambiente perfumado en nuestro piso, suave, por la estación, y, sin embargo,electrizado por la vitalidad de mi madre: acaba de terminar con la colada y la tiene tendida a secar.(...) Mientras yo dibujo ella se ducha; y ahora, en su dormitorio lleno de sol, está vistiéndose para llevarme al centro. Está sentada en el borde de la cama, con su sujetador almohadillado y su faja, poniéndose las medias y hablando por los codos. ¿Quién es el niño bueno de mamá? (...) Yo estoy totalmente borracho de placer, mas no por ello me abstengo de seguir la lenta y angustiosa -deliciosa- ascensión por sus piernas de esas medias transparentes que otorgan a su carne un color de dimensiones inquietantes. Me acerco a ella sigilosamente para poder oler los polvos de baño que se ha puesto en el escote y ver mejor las intrincaciones elásticas de los prendedores a que de inmediato quedarán sujetas las medias (con acompañamiento de pífanos y trompetas, sin duda alguna). (...) Los dedos, aunque ella me acabe de lavar los cinco cerditos con un trapo caliente y húmedo, me huelen a la ensalada de atún que me ha puesto para comer. Ah, bueno, puede ser su coño lo que huelo. ¡Quizá sea eso! Me vienen ganas de rugir de placer. Tengo cuatro años y ya noto en la sangre (...) la riqueza pasional del momento, lo denso de sus posibilidades. (...) Entretanto, es por la tarde, es primavera, y una mujer - para mí y sólo para mí- está súbiéndose las medias y cantando una canción de amor."

El mal de Portnoy, Philip Roth

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