jueves, 6 de mayo de 2010

pág. 39

"El mar no tenía límites y reverberaba en cada una de sus escamas. Alrededor, el horizonte se difuminaba en una leve bruma. A la izquierda, más que distinguir, se podía imaginar el pálido dibujo de unos perfiles montañosos: quizá fueran nubes. Casi todos los pasajeros estaban adormecidos en las tumbonas. En el resuello de la navegación pesaba el álgido mediodía del mar: ese bienestar incomunicable, esa sensación de voluptuosa angustia, por el que uno prefiere quedarse solo, sin hablar, escuchando lo que le fermenta por dentro."

la isla, giani stuparich

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